Hace pocos días conocíamos la triste noticia del fallecimiento de Carlos Pumares, una de las figuras más emblemáticas de la radio de las últimas décadas en España. Crítico de cine y periodista, Pumares fue, gracias a sus madrugadas en el programa de “Polvo de Estrellas” de Antena 3 Radio, uno de los primeros referentes en mi inmersión como adolescente en el aprendizaje cinematográfico.
Era una tarea titánica resistir el sueño noche tras noche y aguantar despierto hasta la una y media de la madrugada (y a veces más tarde) para poder disfrutar el programa de Pumares. Cuando lo descubrí yo tenía unos 13 años y habitualmente conseguía aguantar despierto hasta el principio del programa, media hora había caído rendido y al día siguiente había que madrugar para ir al instituto. Carlos Pumares se convirtió (junto a Àlex Gorina) en mi primer gran divulgador de cine, en unos tiempos en los que no había internet ni aplicaciones para poder acceder a programas y formatos grabados. Tenías que estar el día y a la hora señalada con la radio pegada a la oreja para escuchar, aprender y disfrutar de la sabiduría de estos dos maestros de la comunicación y amantes del cine.
El programa dirigido por Pumares tenía dos líneas muy marcadas; una era la fórmula de llamadas telefónicas en las que el público preguntaba su opinión sobre películas, directores y series. Cada llamada se precedía con el saludo ¿Sí? Buenas noches, ¿dígame? por parte de Pumares que respondía con mayor o menor entusiasmo en función del día y del oyente. Se trataba de una propuesta muy básica pero adictiva ya que el juego consistía en descubrir pelis nuevas, alegrarte al estar de acuerdo con él y replantearte ciertas ideas cuando su dictamen difería del tuyo. Estos frontones de pregunta/respuestas finalizaban en algunas ocasiones con los momentos mágicos que todos los oyentes esperábamos: disertaciones en forma de quejas casi existenciales y en halagos exuberantes sin fin; desde el enfado por no recibir el cambio correcto en un bar hasta el sueño romántico de sentir a Barbra Streisand cantándote dulcemente al oído. Esta última versión del enfado babilónico y llevado al extremo le llevó a su época de mayor fama gracias a sus apariciones en el programa “Crónicas marcianas” de Telecinco representando al pitufo gruñón: la protesta elevada al séptimo arte.
La segunda de las líneas narrativas de “Polvo de estrellas” consistía en programas especiales dedicados a directores y películas míticas de la historia del cine. Todos los seguidores de “Polvo de estrellas” tenemos en el recuerdo el especial de varios capítulos sobre John Ford y sobre todo el programa dedicado a “2001, una odisea en el espacio” con todo su discurso acerca del rol del monolito.
Más tarde nació Antena 3 Televisión y surgió una versión televisiva de “Polvo de estrellas” los sábados por la tarde con un maratón de películas clásicas presentadas por Pumares, pero nada tenía que ver. Años más tarde el show de radio desapareció.
Escucharle era sencillamente maravilloso y adictivo. Seguramente porque era directo y no se andaba con preámbulos. Pero también porque era enormemente cariñoso y atento. Sus enfados y gritos al cielo eran tan lógicos y reales que no hacían más que mostrarlo más humano que cualquier otro comunicador y por tanto, lo convertían en alguien mucho más cálido y cercano el resto del tiempo. Era una enciclopedia de títulos, directores y actores. Un compañero de mesa que te explicaba mil anécdotas. El amigo quejumbroso que ama el mundo tras el enésimo lamento. Una lucidez que la televisión de madrugada enervó como un caldo de toxicidad ardiente tras la que se escondía una gran sabiduría sobre temas tan variados como la cocina, los viajes, la medicina natural y el arte en sus mil formas y expresiones.
Asiduo de festivales como el de Sitges, tuve la suerte de conocerlo brevemente y hablar con él unos minutos. Fue en el trayecto en coche hacia Donostia para disfrutar de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián; en plena madrugada nos detuvimos en una cafetería de autopista en Zaragoza y allí nos lo encontramos tomando un café para combatir el sueño. Le saludamos y amablemente nos explicó que él siempre se desplazaba por España en su coche y de noche, no importaba la distancia. Casi siempre de madrugada y con alevosía.
Quedará para siempre en el recuerdo como uno de mis primeros maestros y el eco de su saludo inicial ¿Sí? Buenas noches, ¿dígame? con una sonrisa como respuesta.