“FIREBACK” CON RICHARD HARRISON, EL HOMBRE QUE DIJO NO A LEONE

Es hora de catalogar. Uno de los motivos por los que abrí este blog hace varios años es hablar sobre viejas cintas en vhs que en algún momento se habían cruzado con mi mirada en aquellas estanterías repletas de los videoclubs de la década de los ochenta y noventa. Las cintas, que poco a poco fui recopilando en mercadillos digitales y subastas de pujas de decenas de céntimos, se han acumulado hasta el día de hoy en mi estantería en una montaña que prácticamente llega al techo. El polvo del tiempo y el olvido de aquellos videoclubs de ciudades como Málaga, Albacete o Alicante vuela hoy entre  cajas grandes (cuanto más grandes mejor) que duermen en mi hogar. No sé si el polvo desaparecerá, pero estas palabras seguramente harán que las recordemos.

Miénteme carátula, miénteme

“Fireback” (1983) es una de las cinco películas que el actor norteamericano Richard Harrison protagonizó en Filipinas. Dirigida por Teddy Page (alias Tedd Hemingway y Teddy Chiu), es una mixtura de varios de los xploits que se destilaban a principios de los ochenta. Como buena carátula de videoclub que se precie de aquella época, contiene los suficientes elementos para llamar nuestra atención: un ninja, una explosión, un arma de fuego demoledora, una pelea de kung-fu, una persecución de coches, una mujer en camisón aparentemente muerta y… un intento de asesinato con un paraguas. Y por supuesto, la figura de Harrison. Algunas de estas promesas aparecen en el filme, aunque no en la medida que el cartel avanza. Este es uno de los grandes alicientes de tener estas películas originales en vhs: disfrutar de sus espectaculares carátulas para luego hacer el juego de las siete diferencias viendo el filme. ¡Falta el helicóptero!

Esta edición en vhs -cortesía de la casa IRMS- comienza con el propio tráiler que se convierte en una extensión de la carátula, haciendo énfasis en consiguir que tus ojos se abran como platos con Omega, una revolucionaria arma bélica capaz de matar con gran precisión, de forma violenta y en condiciones adversas como en la noche oscura. Nada más comenzar la trama, Harrison, que supuestamente se encuentra en la guerra (¿del Vietnam?), enseña este novedoso prototipo de metralleta a su comando. Unos rebeldes irrumpen en el descampado arenoso y se produce un tiroteo bien resuelto; Harrison cae herido y acaba en el hospital. Hasta aquí Omega.

Toques de giallo y plagio a “Acorralado”

Harrison regresa a casa, pero lo que más deseaba encontrar no está, su mujer ha desaparecido. En este momento, se inicia una búsqueda desesperada por una ciudad inconcreta de los EEUU a modo de thriller de investigación que lleva a Harrison a diferentes bares y prostíbulos, filmados a modo de thriller rural, en secuencias nocturnas que tienen el brío habitual de las cintas de Teddy Page. Rubias “de segunda”, malos con manos doradas y dedos en forma de cuchillos, Jim Gaines sin camiseta y un grupo de policías encerrados en una habitación decorada como una oficina que especulan sobre Harrison a medida que las muertes se van sumando. Teddy Page dirige con solvencia las torpes secuencias de acción, lanza zooms en los momentos adecuados y maneja el ritmo del filme, que a pesar de tratarse del típico ultralow-budget philipino trash movie, se sotiene bastante bien salvo alguna laguna provocada por el aleatorio guion: “tú mujer está en esa casa”, “has de ver a tal persona”, Harrison monta en coche y aparece con un rifle y chaqueta militar en una nave industrial.

La película contiene varias secuencias que me han sorprendido por su tono onírico y ambiente cercano al giallo italiano. Un hombre cuyo rostro siempre está tapado por algún objeto del decorado habla sobre la mujer que ama y que no le hace caso por mucho que éste la agasaja con regalos, sorpresas y cariño. Posteriormente, vemos como esta mujer entra en la piscina, la cruza nadando como una sirena y al salir, el hombre cuyo rostro no vemos se acerca y le hace un regalo, ella le rechaza en un par de ocasiones. En un tercer intento, cuando parece que finalmente la mujer ha cedido, tira al agua a su pretendiente. El tono de las secuencias es diurno, más cálido y suena una dulce y ambigua melodía que nos recuerda a las partituras de Morricone para algunos giallos como “La tarántula del vientre negro” (Paolo Cavara, 1971). Esta secuencia se repite cuando Harrison llega a su casa y su esposa no está. La mujer entra a la piscina, la cruza nadando, sale del agua, se tumba y Harrison llega para hacerle el amor. Recuerdos de un esposo obsesionado. Este juego de repeticiones toma sentido cuando al final descubrimos que Bruce Baron, el malo de la película, ha secuestrado a la mujer que también amaba y que Richard Harrison le arrebató en el pasado.

El final de la peli lleva a Harrison a una situación límite que fusila “Acorralado” (Ted Kotcheff, 1982). Diferentes grupos de malos y la policía persiguen a Harrison en una selva que poco tiene de norteamericana y mucho de filipina. Un final que nos regala varios tiroteos nocturnos e incluso una secuencia en la que Harrison extrae, fuera de campo, una bala incrustada en su brazo con el calor de su cuchillo ardiendo. Richard Harrison en modo Rambo.

El hombre que dijo NO a Leone

Harrison ha sido siempre un actor que se ha movido entre la serie B europea de los sesenta y setenta y la serie Z más casposa de subproductos, sólo aptos para mercenarios. Como muchos actores norteamericanos aterrizó en Italia en los sesenta para trabajar en el floreciente cine europeo que gracias a la política de coproducciones entre diferentes países (Italia, España, Alemania, Francia) generaba infinidad de filmes de género que abarcaba desde el péplum, el spaghetti western, el bélico o las eurospy movies o imitaciones del universo James Bond. Tras realizar varias cintas de gladiadores y algún western en Italia, Sergio Leone puso sus ojos en él para protagonizar “Por un puñado de dólares” (1964). Leone que tan sólo había dirigido “El coloso de Rodas” (1961), era un director totalmente desconocido. Richard Harrison preguntó a su agente si el guion era bueno y éste le dijo que no mucho. Leone insistió y persiguió a Harrison para convencerle de que aceptara. Cuando el joven actor tuvo que decidir si protagonizar la que hoy en día es una de las películas clave del western o la otra película que tenía sobre la mesa lo tuvo claro: en la otra pagaban más. Instantes después, el agente de casting le pidió consejo a Harrison acerca de los tres nombres que barajaban tras su rechazo y este no dudó: elegid a Clint Eastwood.