Yo fui una tortuga ninja adolescente sin caparazón, pero con tiempo libre los sábados por la mañana. El premio era rescatar a la rata que hablaba. La rata tenía cara de Diego y no le gustaba ser rata. Todos éramos tortugas, rápidas y especialistas en el manejo de algún arma mortífera, de algún arte marcial olvidado. Ese era el primer premio de la misión a cumplir en el parque lleno de hojas y de viejos que nos miraban pensando: suerte que mi nieto está en la mili y no hace estas gilipolladas. Colocamos a la rata en lo alto de un árbol desde donde mirar hacia abajo y se nos viera pequeños; después, siendo aún pequeños corremos hacia el otro lado del parque. El viejo y cómo no, abuelo, es ahora el villano. No hay más remedio, acabará muerto. No por ser viejo ni por ser abuelo, sino por fumar en pipa siendo zurdo, en este parque no se aceptan zurdos. Yo sé que ese premio no me consuela, ¿bajar a la rata? Yo quiero pizza, ese es el premio. Pero las pizzas hay que pagarlas y de momento no tengo dinero, no tengo semanada, la semanada es una semana en forma de ensaimada. Mis padres dicen que me llevaran al Venezia a por una pizza, el Venezia no está en Italia, está aquí cerca del parque, deben mandar las pizzas por correo, en algún servicio ultrarápido, algún correo caliente. Sea como sea, yo aún no he probado la pizza y he de rescatar a la rata por quinta vez consecutiva. Saltamos la verja invisible que da a un callejón de Manhattan y allí nos conjuramos, comemos hojas secas con un poco de mantequilla como desayuno, luego será pizza dice Xavi. Luego será un vacío en el estómago, quizá una tortilla francesa, seguramente un yogur azucarado.

Volamos en fila, saltando los unos encima de los otros, los otros se quedan atrás y las tortugas avanzan con sus armas relucientes. A salvar a la rata abrasada en lo alto de árbol, a la rata que espera mirando gusanos, los gusanos a su altura también quieren ser rescatados y el viejo lo mira todo desde abajo, se cambia la pipa de mano y con la mano izquierda se frota la parte de abajo. Lleva el pantalón tan subido que parece que se le sale un huevo por la pernera derecha. Se baja un poco el pantalón hasta la altura de la axila y estira la misma mano unos diez metros. Llega a Diego, y las orugas llegan a Diego, Diego cierra un segundo los ojos y cuando los abre las orugas son mariposas de muchos colores y se posan en la mano del viejo. Queremos ser fumadas y salir en bocanadas de aire de mil colores, seremos sabor, seremos olor, seremos base para la pizza de los campeones. Diego, asustado, pone cara de oruga e intenta gritar, nunca lo hizo en clase y sabe que, ahora será igual. El viejo mete las mariposas en la cazoleta de la pipa y éstas emiten un extraño sonido en un antiguo dialecto japonés. Seremos viento y luz, dormidas en agua destilada, base para pizza, alimento adolescente, o algo así. Lo quieren decir tan algo que las tortugas ninja nos detenemos. Saltamos el lago sin cisnes y volvemos atrás. Nos da miedo seguir, estamos muy cerca del premio, pero ninguno ha fumado todavía. El viejo ya no tiene la mano izquierda larga porque él ya era largo. Fuma tranquilo y casi relajado, meciéndose en un banco de piedra con una inscripción en lo alto de la cabecera. El viejo separa las piernas y nos muestra el huevo que cuelga de su pernera derecha, es de chocolate y cae. El huevo se rompe y el viejo sonríe como Emmanuelle en su sillón de mimbre. Nadie se acerca a ver qué hay dentro del huevo, el chocolate se ha derretido tanto que inunda el lago sin cisnes y ahora sin agua, pero sí con leche negra; leche marrón que huele algo rojo. El viejo nos observa y nos dice: Pizza de mariposa, base de oruga. Diego sigue intentado gritar y todos miramos a la pizarra, nadie sale, la tiza espera. Hemos puesto a la rata tan alta en el árbol que es imposible subir ni haciendo un castillo de naipes. El viejo saca una bocanada de humo azul que se convierte en base de pizza azul tan amplia como el diámetro del huevo de la pernera derecha.

La sonrisa de Emmanuelle lo rompe todo, pero ayuda al grito de Diego que salta. Abrimos la base de la pizza, las armas en el suelo y el humo acompaña a Diego en su caída, en ese momento puede gritar y recoge la tiza de la pizarra. Tiene tiempo de escribir algo sobre la larga mano izquierda del viejo que guarda el mensaje con recelo. Diego cae, tan solo tiene un rasguño que me sangra a mí en la rodilla. Mi madre se enfadará y tendrá que ponerme otro parche en el pantalón de chándal. Diego cae sobre la base de pizza y salpica al viejo de chocolate. El humo de mariposa de liar envuelve a Diego que sonríe como una rata aliviada que ha sido salvada. El viejo mantiene su puño cerrado, le pedimos que lo abra y nos enseñe el mensaje de tiza. El viejo extiende su mano izquierda y nos rodea con un cordón policial. Nos echa humo de mariposa en la cara y se duerme feliz. ¡Misión cumplida!

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